Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos.
Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!
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